No teníamos pensado ir al congreso con nuestra hija de tres meses, pero las circunstancias familiares no nos permitieron dejarla con nadie. Sabíamos que no íbamos a poder vivir el Congreso de forma plena, pero decidimos acudir y participar, lo máximo, dentro de lo posible.
Como miembros del Consejo Diocesano de Laicos habíamos estado presentes desde el principio en los preparativos de este día y, aunque ya sabíamos que en noviembre seríamos uno más, teníamos mucha ilusión en ver los frutos del trabajo que, sobretodo los coordinadores y la Comisión coordinadora del Congreso, junto al resto de miembros del Consejo y otros colaboradores, habíamos hecho con tanto cariño.
Aunque en teoría estaba dentro del grupo de personas que más conocíamos qué era lo que iba a ocurrir en el Congreso, el final del embarazo y los primeros meses de maternidad hicieron que llegara a él con una gran incertidumbre de lo que allí iba a vivir. Creo que gracias a esta situación, la sorpresa y el ánimo fueron mayores.
Nada más llegar una de las primeras preguntas que me hizo un señor que estaba en la puerta del Palacio de Congresos fue “¿Ella también tiene su acreditación?”. Era muy curioso ver las caras de las personas que nos veían con una niña tan pequeña.
Tanto mi marido como yo habíamos estado ensayando junto a miembros del coro de Salesianos y miembros de la parroquia de Tavernes los cantos que animarían la oración de inicio del Congreso y la Eucaristía del Domingo. En nuestra experiencia como matrimonio, la música y el canto siempre han sido una de las bases de nuestra fe. Poder compartirla con personas de distintas realidades y carismas, tanto en los ensayos como en el propio Congreso, enriquecieron aún más lo vivido estos dos días.
Aunque habíamos estado desde bien temprano en la zona de acreditaciones apoyando a los voluntarios encargados del reparto de materiales, no me di cuenta de la cantidad de gente real que éramos en el Congreso hasta que no salí a la zona del escenario habilitada para el coro. Desde allí teníamos una vista privilegiada del patio de butacas.
Empezaron a sonar las guitarras y vi, aunque estuviéramos lejos, como la cara de los congresistas, incluso con mascarilla, cambiaba; como los primeros acordes y las primeras voces emocionaban a todos los que ya estaban en el auditorio principal, ilusionados y convencidos de que todo lo que se iba a vivir ese fin de semana iba a darnos un nuevo aliento para seguir caminando como Iglesia Diocesana.
Una vez acabada la inauguración y oración inicial del Congreso se puso en marcha el dispositivo, perfectamente organizado, para que cada congresista acudiera a la ponencia que previamente había elegido. De los cuatro caminos propuestos, nuestra elección había sido Educación y Familia. Tanto las conferencias como los distintos talleres fueron puntos de encuentro donde se propusieron muchos temas para poder reflexionar y compartir puntos de vista y experiencias.
Todo lo que viví ese fin de semana fue desde una nueva perspectiva, que si el Congreso hubiera sido un año antes no la hubiera vivido igual. La perspectiva de madre. Me hicieron reflexionar de cuál es la Iglesia que quiero que conozca y viva nuestra hija; qué papel va a tener en ella.
Desde luego tengo claro que quiero que se sienta partícipe, que se sienta escuchada y valorada y que siempre tenga la ilusión y las ganas de seguir formándose y ofreciéndose a todo aquello que desde su propia parroquia o desde la Diócesis se le pida. Este Congreso ha supuesto un paso más en el camino para crecer y evolucionar en la misión compartida de Evangelizar.
Helena, Juanjo y Sofía
Miembros del Consejo Diocesano de Laicos